las fotogra…

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Me preguntaba quién era esa silueta bajo la lluvia. Una pregunta absurda y nostálgica.  A mi, de vez en cuando, me asaltan esas dudas: ponerle rostro e historia a la gente anónima de las fotografías. Y sé, con seguridad, que no soy la única.

Le pregunto al autor de la fotografía (André Kertész), le pregunto si conoce a esa figura que camina. Me habla del lugar, del día, de esa lluvia incesante, me habla del ángulo desde el que dispara su cámara, ese ángulo que tantos disgustos le dio.  Sus ángulos se consideraban poco ortodoxos.  En realidad, qué es ortodoxo.

La figura que camina seguro que nunca se ha preguntado si ese paseo era el adecuado o no.  Apostaría mi mano y mi pie derecho a que esa figura, inconsciente ante el acto de ser fotografiada,  le importaba bien poco la lluvia.  Probablemente regresaba a casa tras un día de trabajo, o se dirigía a un cine, para resguardarse de la lluvia, o necesita ver a alguien sin demora alguna.

Los días de lluvia son demasiado raros y extraños y el ángulo con el que cada uno lo mira, depende de demasiadas cosas que al fotógrafo le resulta imposible captar.

   De pequeÅ

 

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De pequeña, me enseñaron a medir la distancia de las tormentas eléctricas.

Cuando los relámpagos inundaban el salón, mi madre se asustaba, apagaba todos los aparatos de la casa que dependían de la electricidad. Encendía linternas y velas que repartía por toda la casa. Y allí, en la sosegada atmosfera que la tormenta generaba por obligación, nos dedicabamos a cualquier cosa para entretenernos mientras la tormenta se alejaba: mi madre cosía mientras nosotras hacíamos los deberes, o se sentaba a fumar un cigarro mientras los truenos y relámpagos marcaban el desarrallo de la tarde. Esas tardes me gustaban, no por la sensación de encontrarnos aislados de cualquier cosa en ese momento. Me gustaban porque algo tan incontrolable como una tormenta eléctrica conseguía sentarnos en torno a un mismo miedo. 

Y durante esas tardes, aprendí a medir la distancia que separaba una tormenta del punto donde me encontraba.

El sonido y la luz se mueven por la atmósfera con distintas velocidades. Eso lo aprendí cuando aún me sentaba a aprender a hacer raíces cuadradas. Mi padre me enseñó que si contaba los segundos que separaban el relámpago del trueno, los agrupaba en grupos de tres y cada grupo contaba como un kilómetro, tendría la distancia a la que se encontraba la tormenta. Pasaba esas tardes calculando el avance o su huida. Me pegaba al cristal, mis gafas golpeaban el cristal del salón y no me daba miedo ver como el relámpago cruzaba de una nube a otra. Mis dedos eran veloces, mi mente dividía y sumaba segundos. La tormenta nunca se quedaba toda la noche. 

Y la luz y el sonido ya no me daban miedo. 

 

Cuando iniciamos la narración de hechos o eventos que nos llaman la atención, casi siempre, lo visual toma cierta ventaja sobre el texto. Las palabras, no quedan relegadas a un segundo plano, pero resulta mas instantáneo partir de una imagen para contemplar el mundo tal y como se acerca hoy en día a nosotros.  De hecho, nos movemos en un sociedad totalmente visual, y sin dejar a un lado las palabras, su capacidad para moldear y modelar nuestro entorno, este blog pretende única y exclusivamente realizar un vaciado de imágenes que den forma a una serie de textos. Textos que nacen en superficie. Bienvenidos.